domingo, 15 de mayo de 2016

Las horas que siguen son decisivas para el pueblo de Brasil

Nota del editor de este Blog
 Por Beniezu 

    El autor de este articulo Ricardo Arturo Salgado es licenciado en matemáticas e investigador social. Escritor y analista autodidacta. Colaborador de Tele Sur y otros medios digitales, censurado en su país Honduras  (por medios y por lectores) Actual Secretario de relaciones internacionales del partido Libertad y refundación, LIBRE. Me he permitido reproducirlo aquí  por su enorme interés  sociopolítico y pedagógico para todo aquel que le apasione  el  convulso devenir de lo que está ocurriendo en el continente Sudamericano .Los golpes de estado "suaves" como se  comienza a llamar a las sucias martingalas politiqueras del Imperio para desplazar del gobierno a los presidentes que se niegan a vender su país a las multinacionales del capital. En el artículo se cuestiona el camino a seguir por la izquierda para enfrentar a este nuevo fenómeno de la derecha pro imperial, donde se pone en cuestión el concepto de la democracia "burguesa" Que la izquierda lo ha venido respetado hasta ahora, pero descubre que las burguesías, totalmente vendidas al capital hegemónico se prestan solicitas  a todo tipo de golpes de estado a requerimiento de las elites internacionales,  saltándose las normas de su propia democracia , para conseguir el control del gobierno y de las riendas del poder. La cuestión que se plantea es, la sumisión o la lucha  por sus intereses en la calle, organizándose al margen del Sistema con nuevas formas para alcanzar  el poder. La cuestión es si la burguesía no respeta sus propias normas de juego porque han de hacerlo los trabajadores  


Por  Ricardo Arturo Salgado Bonilla


El Golpe de Estado perpetrado en Brasil contra la presidenta Dilma Roussef, constituye un atentado contra la integración latinoamericana, además de ser obra del mismo “artista” especializado en crímenes contra la humanidad. Si los latinoamericanos nos inclináramos un poco más por el estudio de las agresiones imperiales, nos daríamos cuenta de que las mismas responden a un patrón que se ha ido afinando a lo largo de la últimas dos décadas.

Basados en la observación de todos los golpes de estado ejecutados durante lo que va del siglo XXI, en Latinoamérica, podríamos anticipar que el pueblo brasileño dispone de apenas unas 120 horas para poder destruir la trama del Golpe y reinstaurar su gobierno legítimo. Que las organizaciones de masa y los partidos políticos, especialmente el PT, deben estar en posición de llevar adelante todas las acciones que sean necesarias, incluso aquellas que suenen “inadecuadas”, recordemos que la derecha no tendrá ninguna consideración con el pueblo.

Desde el año 2000, solamente un golpe de estado fue revertido, en Venezuela, bajo el liderazgo del comandante Hugo Chávez Frías. Toda la movilización popular y las acciones que derrotaron aquel “trancazo”, se produjo en 72 horas, y contaba con actores fundamentales que permitieron neutralizar el ataque de la derecha. Aquella experiencia fue una gran “escuela” para el imperio que desde entonces ha ido afinando sus conspiraciones contra el progresismo latinoamericano.
Muchos ensayos se produjeron entre aquel abril de 2002 y junio de 2009, cuando derrocaron al presidente constitucional de Honduras, Jose Manuel Zelaya, utilizando los mismos artificios que utilizan hoy, solo que aun muy rudimentarios en aquel momento, llenos de absurdos. El pueblo hondureño se lanzó a una lucha intensa, que mantuvo movilizaciones por casi seis meses, pero que perdió toda posibilidad de éxito el 5 de julio, apenas siete días después del Golpe de estado.
La derrota del Golpe dependía en aquel entonces, como depende hoy, de un gran nivel de organización, y gran capacidad de movilización rápida, así como la posibilidad de paralizar el aparato económico del país en cuestión de pocas horas. La práctica nos ha ido demostrando que los factores externos (entiéndase comunidad internacional) son importantes, pero nunca decisivos, y, más temprano que tarde, los gobiernos deben ceder a sus propias realidades, por muy solidarios que sean.
Notemos que la respuesta internacional al golpe en Honduras fue espectacular y rápida, en unánime condena,asi como el inmediato aislamiento de las autoridades espurias (el actual presidente Juan Orlando Hernandez, estaba entre los diputados que asestaron el zarpazo al gobierno de Zelaya). Para el momento del derrocamiento de Fernando Lugo en Paraguay, esa misma comunidad internacional se mostró mucho más tímida, y más dividida. Hoy, un amplio sector, dominado por la derecha, hace una campaña abierta por respaldar el gobierno ilegitimo de Temer. El tristemente célebre Luis Almagro, salió peor que Insulza, y en lugar de estar frontalmente contra el trancazo brasileño, está promoviendo un Golpe contra Venezuela.
Por otro lado, entre la reacción del pueblo hondureño y el paraguayo hubo una brecha ya sensible, además, se habían perfeccionado mucho los argumentos jurídicos para perpetrar Golpes de Estado legales (nunca blandos). Las tácticas utilizadas durante las primeras horas posteriores a los golpes de estado del siglo XXI involucran un bombardeo mediático, con un gran cerco noticioso que invisibiliza y desconecta a la víctima de su pueblo. Se despliegan en su totalidad matrices de manipulación que se han sembrado meses o años antes, que usan expedientes vinculados principalmente con supuesta corrupción.Ellos, los thinktanks, descubrieron que las clases medias son bastante susceptibles a la propaganda anti corrupción, aunque se le olviden todos los corruptos de la historia.
Como resulta evidente, para la propaganda la corrupción no importa; la mejor muestra es el juicio político contra la presidenta Dilma aprobado por un grupo que más parece una peligrosa banda de delincuentes que un grupo legislativo. La otra cosa que entra inmediatamente en discusión pública es la “legitimidad” y la legalidad de los golpistas y los golpeados; esta discusión es estéril, interminable y destinada a neutralizar la estructuración de una estrategia de defensa del pueblo. En el esquema golpista no importan la justicia ni la legalidad, los medios de encargan de declarar culpables y hacer escarnio de ellos de forma súbita.
Esta última parte es muy importante, pues se ha hecho patente en la experiencia continental que las fuerzas de izquierda tienden a enfrascarse en la disputa por la legalidad dentro del marco burgués, diseñado fundamentalmente para proteger justamente los intereses de clase de quienes promueven el golpe. Es fundamental entender que en el momento en que se produce un golpe de Estado la legalidad entra en un plano secundario; el problema mayor es de fuerzas, y la derecha dirigida por el imperio está dispuesta a todo.
Es clave comprender que, debido a fallos garrafales en nuestro desempeño político de masas, cuando llegamos al momento del golpe, tenemos serios problemas de hegemonía. Nuestros pueblos se encuentran virtualmente a merced de la ideología burguesa que, además, no ha dejado de ser dominante en ningún momento a pesar de nuestros gobiernos. Eso nos obliga, por ahora al menos, a confiar toda la defensa en la organización de que disponemos, que en Brasil es muy grande, y a esperar que los múltiples liderazgos tengan a bien deponer, al menos por un momento, sus intereses particulares para enfrentar al enemigo verdadero, derrotarlo y aniquilarlo.
En este momento, se hace necesario dejar de lado la discusión; la derecha brasileña, dirigida totalmente desde Estados Unidos, al servicio de estos, no dieron este golpe de estado porque creen en las instituciones o las leyes brasileñas; lo hicieron porque sus expertos en consideraciones les dieron luz verde después de constatar que las condiciones eran propicias para dar este paso. Lo hicieron porque podían; en ese nivel los votos que los eligieron no importan, no importa el país, no importa nada más que sus intereses.
Las horas posteriores al golpe de estado, plantean un enorme reto para los movimientos populares organizados, pues deben pasar a la plena movilización, y estar preparados para escalar el nivel de la lucha, incluso hasta la insurrección si el enemigo no es derrotado en las fases previas. Fijémonos bien, ese enemigo jugará durante estas horas a sembrar el desconcierto y el terror. Ambas serán el ingrediente fundamental de los meses y años sucesivos. Sabiendo que un pueblo en confusión y aterrado no es capaz de luchar, comienzan los anuncios de leyes draconianas, y medidas económicas terribles, cambiando la discusión nacional.
Este esquema paralizante de la capacidad popular va ganando terreno con el tiempo. Por ello, el avance del reloj juega en favor de la consolidación del golpe de Estado. Para cuando venza el plazo de 180 días que han dado al dichoso juicio político, la destitución formal de la presidenta será un mero trámite. Ya para ese momento los medios la habrán hecho culpable de todas las pestes que asolan el Brasil.
Desafortunadamente, los alcances de este artículo no dan para abordar este tema en la profundidad que tiene. Sin embargo, planteamos aquí tres cosas fundamentales para que prevalezcan nuestros pueblos:
1.- Los Golpes de Estado son un recurso vigente del imperio, y han mantenido activos sus thinktanks perfeccionado todos sus elementos. El patrón común es evidente. Aunque muchas veces argumentamos que “cada quien tiene sus particularidades”, obviamente el sistema se ha encargado de estandarizarnos, sobre todo desde la parte ideológica que nos ha despojado de nuestra cultura, de nuestras costumbres, de nuestras creencias, todo esto implica que somos cada vez más vulnerables.
2.- Evidentemente, nuestros proyectos revolucionarios no pueden limitarse a ganar elecciones. No deberíamos necesitar mucho para entender que una vez que ganamos una elección, debemos prepararnos para derrotar el inevitable Golpe de Estado que se producirá como reacción del enemigo. Para ello, es importante que estudiemos a fondo las experiencias de cada revés. Ellos no cometen errores, solamente experimentan y construyen a partir del estudio; a nosotros no debería sernos tan difícil prepararnos para la defensa. La derecha nos demuestra toda la vida que ni es democrática, ni está dispuesta a convivir con nosotros.
3.- Nuestro mayor problema es la gran fragmentación que significan tantos países. Solo la unidad latinoamericana en un solo país nos permitirá vivir como nación, siendo respetados por el imperio. En ese sentido, la izquierda debe plantearse con seriedad, en el cortísimo plazo, reivindicar y tomar la bandera unionista de nuestros próceres y llevarla a la practica en todos los rincones de este continente.
Termino diciendo que creo que existe una ventana de oportunidad para que el pueblo brasileño derrote el Golpe de Estado y restituya a su legitima presidenta. Contrario a países más pequeños, como Honduras y Paraguay, el Brasil cuenta con fuerzas revolucionarias y movimientos sociales gigantescos, con grandes estructuras organizativas, lo que permite plantear un curso de acción inmediata. Sin embargo, la experiencia nos muestra que esa ventana se cierra aceleradamente, que luego de que se cierre el pueblo tendrá que pasar a la defensiva por un tiempo indeterminado.
El golpe de estado en Brasil, o en cualquier otra parte del mundo, no es el resultado del choque de fuerzas espontaneas. Es el enfrentamiento directo de dos fuerzas opuestas históricamente, por lo que puede ser estudiado, entendido y derrotado. Es simplemente el producto de la lucha de clases, un concepto al que aún le debemos mucho trabajo, y que es hora que dejemos de tratar como si fuera un salmo.
  

jueves, 12 de mayo de 2016

En Brasil ahora la victoria o la derrota se juegan en la calle

 Nota del editor de este Blog
Beniezu 

  Traigo a estas páginas de la “Lampara Roja” al periodista  argentino Calos Aznares, que además de ser  un gran conocedor de la realidad sudamericana, en este caso es Brasil el tema de su artículo, donde  analiza la situación convulsa entre los sectores trabajadores más concienciados que no parece que van a asumir sin lucha el burdo golpe de arrebatar la presidencia a Dilma Rousseff, y así nos dice….  “Los pobres de Brasil saben que si no se mueven con fuerza se impondrá el gobierno de los ricos. Por eso lo proclaman en sus asambleas: ya no es tiempo de conciliábulos sino de acción, de paro general, de rutas y calles cortadas por multitudes, de desobediencia civil en todos los órdenes, de sabotaje a quienes intenten vulnerar conquistas obtenidas, de armar frentes de rechazo a empresarios voraces, de denuncia constante al terrorismo mediático practicado por la Red O ‘Globo y otras similares. Esas rebeldías de las que indudablemente el pueblo brasileño está nutrido, son los elementos básicos para que el golpe producido no funcione. Ahora "es tiempo de guerra” cantaba Chico Buarque hace años, y no de mansedumbre complaciente.”

En Brasil ahora la victoria o la derrota se juegan en la calle
Por Carlos Aznares

          El golpe de Estado ya ha sido consumado. Brasil pasa a integrar junto con Honduras y Paraguay el listado de países donde el Imperio probó con indudable éxito, como si fuera un gigantesco laboratorio, la nueva fórmula destituyente de gobiernos neo-desarrollistas. Una receta “moderada” según algunos analistas que no la viven en carne propia, pero brutal, como es el capitalismo en su verdadera esencia, si se la mide teniendo en cuenta el ejemplo argentino, donde en pocos meses decenas de miles de personas perdieron su trabajo y las esperanzas de construir un futuro más o menos estable. Una embestida que es regional en primera instancia y mundial si se piensa en términos absolutos, ya que viene siendo trabajada desde hace varios años, para recuperar el tiempo que les llevó a los estrategas de Washington comprobar que lo que buscaron en Medio Oriente -destruyendo un país tras otro- lo podían obtener más fácilmente en Latinoamérica.






            Lo particular de estos golpismos es que no admiten las más mínimas reformas, ya que cada uno de los gobernantes destituidos fueron marcados a fuego sólo por el hecho de iniciar emprendimientos que contemplaban políticas sociales dirigidas a los sectores que el neoliberalismo de los 90 había arrojado a la exclusión pura y dura. Ni siquiera, en los tres casos citados, se puede hablar de planteos revolucionarios de peso, que incluyeran en lo interno nacionalizaciones del comercio exterior o reforma agraria, por citar algunos ítems. Al contrario, como ha quedado patéticamente expuesto  en el caso brasileño, a pesar de que Dilma Rousseff hiciera todo tipo de concesiones y generara alianzas inadecuadas que derivaron en políticas de ajuste notoriamente anti-populares, la poderosa burguesía paulista siguió atacando por todos los flancos y fue desgastando día a día al gobierno del Partido de los Trabajadores.  
   
         A diferencia de la derecha argentina que impuso a Mauricio Macri por las urnas, aunque con un muy ajustado resultado, sus pares brasileños llegan al gobierno por la ventana y con un “candidato” que además de ser ostensiblemente débil (como dice un humorista brasileño:"si Michel Temer se presentara a elecciones dudaría de votarlo, porque lo conoce, hasta su propia esposa") y con suficientes antecedentes delictivos como para ingresar en la emblemática cárcel paulista de Itaí y no en el Palacio de Planalto, como ahora le ha tocado en suerte. Sin embargo, las posibilidades que imponen las cada vez más desacreditadas democracias burguesas le permitirían a Temer intentar llevar adelante un plan de medidas que se han venido elaborando en distintas usinas de la oposición a Dilma. De hecho ya está anunciado el retorno de personajes que cohabitaron en la estructura política del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, máximo exponente del neoliberalismo “a la brasileña”, o los aportes en tecnócratas y amigos del FMI y del Banco Mundial que llegarán de la mano del derechista Aecio Neves.            

      En ese marco de incorporaciones, quizás la que más ruido provoca es el retorno de Henrique Meirelles, quien acompañara a Lula al frente del Banco Central entre el 2003 y 2011, cuando corrían tiempos de auge económico y no los actuales, donde la novena economía del mundo hace aguas por donde se la mire. Meirelles, actual ejecutivo de grandes empresas trasnacionales y hombre de confianza de sectores del partido Republicano estadounidense, promoverá desde la cartera de Economía, una política de más ajuste y endeudamiento como ya probara su colega Joaquim Levy en la gestión Dilma.               

          Dulces por la “victoria” obtenida, los partidos de derecha más ligados a instalar a Brasil en la Alianza del Pacífico y emprender relaciones carnales con Estados Unidos y Europa, tratarán de aprovechar el tiempo que va hasta fin de año para evitar no sólo que Dilma vuelva (algo que a esta altura parece improbable) sino que Lula da Silva, el único dirigente carismático de los sectores populares pueda aspirar a vencer en futuras elecciones.  
         
           Sin embargo, la derecha puede imaginar escenarios idílicos -desde su punto de vista- de privatizaciones, despidos y devaluaciones encubiertas, pero hay un factor con el que necesariamente tendrá que contar y que no es precisamente un imponderable. Se trata de la inmensa resistencia popular que desde hace meses viene ganando las calles de Brasil. Esos trabajadores y campesinos que no tuvieron dudas de enfrentar las políticas de ajuste del ministro Levy ni las provocadoras gestiones en defensa de los agronegocios de la ministra Katia Abreu, ambos de la gestión que ahora ha sido destituída. Esos hombres y mujeres que bloquean las carreteras, que están a pie de barricada, a los que se les ilumina el rostro cuando se encuentran con sus pares gritando consignas de “tierra, techo y trabajo”, o que marchan de un punto al otro denunciando que el Brasil de los de abajo tiene años de estar esperando por demandas incumplidas. Gente de pueblo que prefirió no ocupar cargos y defender la autonomía de clase, precisamente para no sumergir las ideas revolucionarias que poseen, en las cloacas burocracia y la politiquería.           

           Allí, precisamente allí está el Brasil real, con los Sin Tierra y los Sin Techo, con los metalúrgicos de ABC o los operarios de la Mercedes Benz, que estos días gritaron para que lo escuche el mundo “Nao vai ter golpe”. En esas andaduras está la savia que alimentará la resistencia que a partir de este fatídico 12 de mayo, deberá intentar que Temer y sus secuaces se den cuenta que cualquier gobernabilidad que trate de llevar a cabo será imposible.               

             Los pobres de Brasil saben que si no se mueven con fuerza se impondrá el gobierno de los ricos. Por eso lo proclaman en sus asambleas: ya no es tiempo de conciliábulos sino de acción, de paro general, de rutas y calles cortadas por multitudes, de desobediencia civil en todos los órdenes, de sabotaje a quienes intenten vulnerar conquistas obtenidas, de armar frentes de rechazo a empresarios voraces, de denuncia constante al terrorismo mediático practicado por la Red O’Globo y otras similares. Esas rebeldías de las que indudablemente el pueblo brasileño está nutrido, son los elementos básicos para que el golpe producido no funcione. Ahora "es tiempo de guerra” cantaba Chico Buarque hace años, y no de mansedumbre complaciente. Ya habrá espacio para pensar en elecciones anticipadas o potenciar la candidatura de Lula, hoy lo más importante se juega en las calles, que es a lo más le teme la burguesía. El resto, para que esa resistencia no quede aislada, será obra de la solidaridad internacional de todos los pueblos que quieren que Brasil le tuerza el brazo 
al Imperio.
          

           Carlos Azares es un periodista  argentino en medios de prensa escrita y digital, radio y TV. Escritor de varios libros de temas de política internacional. Director del periódico Resumen Latinoamericano. Coordinador de Cátedras Bolivarianas, ámbito de reflexión y debate sobre América Latina y el Tercer Mundo. Este artículo suyo ha sido publicado en Tele Sur.  
 http://www.telesurtv.net/bloggers/En-Brasil-ahora-la-victoria-o-la-derrota-se-juega-en-la-calle-20160512-0004.html