Nota del editor de este Blog
Beniezu
“Terrorismo’’, concepto que es
para la hipocresía Occidental el
paradigma de la maldad, de sus enemigos claro, porque el terrorismo propio, el
que emplean con profusión como arma para alcanzar objetivos políticos o territoriales,
ese, no existe como tal terrorismo o
bien lo denominan actos ‘’humanitarios’’
, ‘’expansión de la democracia’’ etc o simplemente lo ignoran. Este articulo sacado
de Las páginas de ISPANTV iraní, y escrita por el argentino Marcelo Colussi es una buena y grafica descripción
sobre la manipulación que hacen los
medios occidentales sobre el concepto de ‘’terrorismo’’
Terrorismo…, o de cómo nos toman por tontos
·
Desde hace ya unas décadas, hacia fines del siglo XX, fue
estableciéndose como una táctica militar un tipo amplio y difuso de acciones al
que se le ha dado el impreciso nombre de “terrorismo”.
Por Marcelo Colussi
Quienes otorgan ese nombre (instituciones oficialmente constituidas)
tienen una idea determinada de lo que entienden por él; pero quienes lo
reciben, en realidad jamás se autodefinen como “terroristas”. Además, si bien
puede haber grandes diferencias entre los que así son designados (partidos
políticos de izquierda, movimientos sociales, grupos de acción armada, etc.),
ninguno de ellos se reconoce como “señor del terror” sino, en todo caso,
luchador social. Con lo que vemos que es muy difuso el término, equívoco, hasta
incluso: engañoso. En verdad ¿quién es “terrorista”? ¿Qué significa con
precisión ser un “terrorista”?
¿Tiene sentido eso, o se trata sólo de un discurso de dominación, un
ejercicio de poder? En un Manual de Entrenamiento Militar de la Escuela de las
Américas de Estados Unidos puede leerse como una sana recomendación para sus
alumnos, por ejemplo, “aplicar torturas, chantaje, extorsión y pago de
recompensa por enemigos muertos”. ¿Eso es guerra limpia o terrorismo? Y más
aún: ¿es posible que haya guerra limpia?
Entonces, en definitiva: ¿qué es el terrorismo? ¿Hay alguna definición
seria al respecto? Desde ya vemos la dificultad intrínseca. De hecho, se han
aportado varias, pero los mismos ideólogos que debaten sobre sus propiedades no
terminan de encontrar una versión convincente. El Departamento de Estado de los
Estados Unidos de América en uno de sus Informes anuales sobre “Tendencias del
Terrorismo Mundial”, antes de definirlo siquiera comienza diciendo que “la
maldad del terrorismo siguió azotando al mundo este año, desde Bali hasta
Grozny y hasta Mombasa. Al mismo tiempo, se libró intensamente la guerra
mundial contra la amenaza terrorista en todas las regiones, con resultados
alentadores”, con lo que, ante todo, se parte de una valoración: el
terrorismo es intrínsecamente malo. Acto seguido lo caracteriza diciendo que “se
constituye, tanto en el ámbito interno como en el mundial, en una vía abierta a
todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o
preocupación moral alguna”. Preguntamos: ¿las invasiones entran allí? ¿Y
las peleas de box? ¿Son actos violentos y degradantes también las corridas de
toro? ¿Y las riñas de gallo o de perro? ¿Cuándo algo empieza a ser
"terrorista"?
El entonces presidente de Estados Unidos, George Bush hijo, declaró en
alguna ocasión que “no se cansará, no titubeará y no fracasará en la lucha
por la seguridad del pueblo estadounidense y por un mundo libre del terrorismo.
Seguiremos sometiendo a nuestros enemigos a la justicia o les llevaremos la
justicia a ellos”. Claro que esa justicia puede ser la invasión militar,
obviamente, pasando por sobre el derecho internacional y las resoluciones de la
ONU. En nombre de la lucha contra él, está visto que puede hacerse cualquier
cosa. ¿Tan malo es el “terrorismo” que da lugar a todo tipo de intervención,
incluidas guerras preventivas -hasta con armamento nuclear, como pretende hoy
la Casa Blanca en más de alguna de sus hipótesis de conflicto- o hay ahí “gato
encerrado”?
II
De acuerdo a datos suministrados por el mismo gobierno federal de
Washington, el terrorismo ha matado en el mundo, entre en los primeros cinco
años de este siglo, a 24.429 personas (la misma cantidad que contrae el VIH en
8 días); es decir: un promedio de 13 personas diarias (contra 1000 personas
diarias que mueren de diarrea por falta de agua potable, o más de 2.000 por día
que fallecen por hambre). Lo curioso es que, para combatir este flagelo del
VIH-SIDA en el ámbito de la salud, la Casa Blanca utiliza 100 veces menos
presupuesto que lo que emplea para su guerra preventiva contra el “terrorismo”.
O hay un error en los cálculos, o evidentemente la apreciación de los
estrategas estadounidenses se equivoca, puesto que ven una mayor amenaza a la
seguridad de la especie humana en el siempre mal definido e impreciso
“terrorismo” que en la pandemia de VIH-SIDA. O, mucho más crudamente: son unos
descarados delincuentes que trabajan para un proyecto donde lo único que cuenta
son los intereses de las grandes corporaciones de su complejo
militar-industrial y petrolero, asegurando así sus privilegios de clase.
El tema es complejo, y estamos dominados más que nada por un cargado
discurso ideológico que la manipulación mediática de estos últimos años nos
legó: algunos soldados (en general blancos, rubios, amantes de la libertad y la
democracia -y la Coca-Cola-) suelen ser los “buenos”, y los “terroristas” -que
curiosamente no son blancos…ni toman Coca-Cola- suelen ser los “malos”.
Problemático, ¿verdad?
¿Son prácticas “terroristas” las guerras de guerrillas, las guerras de
liberación nacional, las luchas anticolonialistas? ¿Cuándo empiezan a ser
“terroristas” las acciones militares? Por cierto que el campo conceptual es
amplio, difuso, cargado ideológicamente. Si lo que busca el “terrorismo” es
crear conmoción y pavor -según una sesgada visión-, eso fue lo que logró, por
ejemplo, la invasión angloestadounidense en Irak, a punto que así se designó
oficialmente la operación: “Conmoción y pavor”; y no se la llamó “invasión
terrorista”. ¿Quiénes son más “terroristas”: las guerrillas antiimperialistas
latinoamericanas o los grupos anti-sionistas?, ¿el ejército israelí o la ETA
vasca?, ¿las tropas rusas en Chechenia o los comandos chechenios en Rusia?,
¿las bombas nucleares que podrían lanzar Estados Unidos o Israel sobre Irán o
los zapatistas de Chiapas?
Una de las bases militares más grandes de Estados Unidos se encuentra en
la llamada Triple Frontera, entre Brasil, Argentina y Paraguay donde,
casualmente, se encuentra el Acuífero Guaraní, la segunda reserva de agua dulce
subterránea más grande del planeta, y donde -también casual y curiosamente- los
servicios de inteligencia de Washington han detectado escuelas coránicas para
formación de “terroristas”. ¿Lo podremos creer?
Como vemos, las posibilidades que pueden caer bajo el arco de
“terrorismo” son por demás de amplias: una bomba en un restaurante, una
emboscada a una unidad de un ejército regular, un ataque aéreo de un país
contra otro, son todas acciones igualmente violentas (al igual que las corridas
de toro, o las peleas de gallo), con resultados similares: muerte, destrucción,
terror en los sobrevivientes. ¿Cuál de ellas es más “terrorista”? Y por otro
lado -quizá esto es lo esencial-: ¿quién las define como “buena” o “mala”? ¿Por
qué después de los ataques “terroristas” en Francia se dijo que “Todos
éramos Charlie”, y no se dice que “Todos somos palestinos” después
de un bombardeo israelí sobre este pueblo, o “Todos somos afganos, o iraquíes,
o egipcios, o sirios”, después de cada bombardeo de las fuerzas de “la
libertad y la democracia” capitaneadas por el Pentágono sobre alguno de estos
países donde, “casualmente”, hay petróleo o gas en su subsuelo?
Es obvio que el término no es nada inocente; su utilización arrastra una
tácita condena: habría una violencia legítima -la que puede ejercer un Estado
contra otro, o la que ejerce contra insurrectos que se alzan contra el orden
constituido-, y una violencia no legítima a la que le cabe el mote
-profundamente despectivo- de “terrorismo”. La diferencia estriba no
precisamente en una consideración ética (la violencia es siempre violencia, y
ninguna es más “buena” que otra: también es condenable la del boxeo o la de la
corrida de toros) sino en un ordenamiento jurídico que se desprende, en
definitiva, de relaciones de poder. ¿Qué fundamento ético o jurídico habría
para decir que la tauromaquia no es terrorismo entonces? ¿Porque se trata de
animales? La evocación de la tristeza por los franceses masacrados o la
indiferencia por olvidados musulmanes de cualquiera de los países invadidos
arriba mencionados nos remite a la cuestión de quién manda en el mundo, y de
por qué pensamos lo que pensamos: el Esclavo piensa con la cabeza del Amo.
III
El atentado contra las torres del Centro Mundial de Comercio de New York
en 2001 es un acto terrorista, pero no lo es -al menos así lo presenta la
prensa oficial que moldea la opinión pública mundial- un manual militar como el
que citábamos más arriba. ¿Cuál de las dos lógicas en juego es más
“terrorista”? Y si fuera cierto que la destrucción de esos edificios fue un
acto auto-provocado por el gobierno federal de Washington para justificar su
proyecto de guerras preventivas, ¿eso es terrorismo o no? Es terrorismo de
Estado, pero la prensa oficial no habla de eso. Pinochet, en su lucha contra
los “terroristas subversivos”, ¿no era él un terrorista por los métodos
empleados? ¿No fueran las peores expresiones de terrorismo de Estado las
guerras sucias que ensangrentaron los países latinoamericanos las décadas
pasadas? Pero oficialmente esas fueron guerras “contrainsurgentes” y no
“terroristas”. ¿Quién lo dice?
Si lo distintivo de un acto “terrorista” es la búsqueda de población
civil no combatiente como objetivo, el 80 % de los muertos en las guerras
habidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 a la fecha se
encuadra en este concepto; actos, sin duda, por los que ningún militar ni
político ha sido juzgado en calidad de “terrorista”. Haber lanzado armamento
nuclear sobre población civil no combatiente en Hiroshima y Nagasaki podría
considerarse actos terroristas, pero como la historia la escriben los que
ganan, se pueden hacer pasar casi como “actos humanitarios” que, supuestamente,
impidieron más muertes.
Hoy por hoy, en un mundo absolutamente dominado por los montajes
mediáticos, en forma insistente se ha ido metiendo la idea del “terrorismo”
como uno de los peores flagelos de la humanidad. De manera casi refleja suele
asociárselo con maldad, crueldad, barbarie; y por cierto, en esa visión parcial
e interesada, esas prácticas nos alejan de la civilización supuestamente
democrática, presunto punto de llegada de la evolución cultural (léase:
economías de mercado con parlamentos formales). Dentro de esa lógica hemos
terminado por no poder distanciarnos de la falacia -llevada a grados patéticos
por la insistencia de la prensa- de “terrorismo = malo, estamos contra él o
somos un terrorista más”.
Merced al impresionante juego manipulatorio de los medios masivos de
comunicación suele ligárselo a cualquier forma de protesta, en general
conectada con los países más pobres y postergados. Todo ello, según la
concepción que se fue generando, es intrínsecamente perverso, traicionero,
sádico, propio de fanáticos fundamentalistas. Un “terrorista” -según ese orden
discursivo- es un delincuente subversivo, un apátrida; en definitiva: un
monstruo inhumano. Por supuesto que los autores del manual de la Escuela de las
Américas, aunque inciten a la tortura y a la corrupción, no son “malos”, porque
lo hacen en nombre de la guerra contra el terrorismo, para defender el “modo de
vida occidental y cristiano”.
¿Quién en su sano juicio podría alegrarse y festejar por la muerte
violenta de unos niños, de una señora que estaba haciendo sus compras en el
mercado, de un ocasional transeúnte alcanzado por una explosión? Pero ahí está
la falacia, lo perverso del mensaje sesgado con que el poder se defiende: se
presenta la parte por el todo, mostrando sólo un aspecto -con ribetes
sentimentales- de un conjunto mucho más complejo. ¿Alguna vez los medios
muestran las escenas dantescas que sobrevienen a los bombardeos “legales” de
una potencia militar? ¿Alguna vez se habla de las monstruosidades propiciadas
por la pedagogía del terror de un manual como el de la Escuela de las Américas?
¿Sufre más una víctima que la otra? ¿Es más “buena” y “respetable” una
violencia que otra? ¿Qué dirán los toros sacrificados en la arena de una plaza?
¿Y los torturados, masacrados, violados y silenciados en nombre de la libertad
y la democracia? ¿Vale más un francés muerto por una bomba que un ciudadano
sirio?
Está claro que la dimensión del fenómeno es infinitamente más compleja
que la malintencionada simplificación con que se nos presenta el problema. El
maniqueísmo, en definitiva, ahoga las posibilidades de soluciones reales. Son
tan víctimas los civiles que mueren en un atentado dinamitero hecho por un
grupo irregular como los que caen bajo el fuego de un ejército regular. ¿Por
qué los regulares serían menos asesinos que los irregulares?
El mundo sigue siendo injusto, terriblemente injusto; la distribución de
la riqueza que el sistema capitalista crea es de una inequidad espantosa. El
hambre sigue siendo la principal causa de muerte de la población mundial,
hambre evitable, hambre que debería desaparecer si se repartiera algo más
equitativamente el producto social que creamos los humanos. Esa injusticia
estructural en las relaciones interhumanas es el principal exterminio que
enfrentamos a diario; pero eso no es la gran noticia, de eso no se habla mucho.
Hoy el “terrorismo internacional” se presenta como el peor de los apocalipsis
concebibles, mientras que del hambre no se habla, o se lo hace desde una óptica
de caridad. Pero no podemos olvidar que por hambre mueren casi 100 veces más
personas diarias que por “actos terroristas”. ¿O habrá que considerar el hambre
como terrorismo?
Es por eso que sigue teniendo vigencia lo que 35 años atrás, en 1981,
firmaban numerosos Premios Nobel como “Manifiesto contra el Hambre”, y que
debemos seguir levantando como principal estandarte por un mundo mejor: “Cientos
de millones de personas agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo,
víctimas del desorden político y económico internacional que reina en la
actualidad. Está teniendo lugar un holocausto sin precedentes, cuyo horror
abarca en un sólo año el espanto de las masacres que nuestras generaciones
conocieron en la primera mitad de este siglo y que desborda por momentos el
perímetro de la barbarie y de la muerte, no solamente en el mundo, sino también
en nuestras conciencias.[…] El motivo principal de esta tragedia es
de carácter político”.
Por tanto, el enemigo y principal amenaza para la humanidad no es el
impreciso y siempre mal definido “terrorismo”; sigue siendo la injusticia,
aunque nos hayan querido hacer creer estos años que estaba un tanto pasado de
moda hablar de ella. Y como dijo Xabier Gorostiaga: “Quienes seguimos
teniendo esperanza no somos tontos”, aunque quieran hacernos parar por
tales con los espejitos de colores que nos distraen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios siempre serán bienvenidos siempre que se estén dentro de las normas de la intencionalidad positiva y constructiva.